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DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO -C-

DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO -C-

«¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división.» 

 

 

CITAS BÍBLICAS: Jer 38, 4-6. 8-10 * Heb 12, 1-4 * Lc 12, 49-53

El evangelio de hoy supone una llamada a conversión, un aldabonazo, para aquellos que vivimos el cristianismo instalados en nuestra burguesía. A aquellos que hemos adaptado las enseñanzas del Señor Jesús, acomodándolas a nuestra conveniencia.

 

Hoy, podemos poner en boca del Señor aquellas palabras que pronunció el rey David en uno de sus salmos: «El celo por tu casa me devora». El Señor conoce perfectamente cuál es la misión que el Padre ha colocado en sus manos, y sabe también cuál es el precio que debe pagar para llevarla a cabo; sin embargo, no rehúye la misión. Desea ardientemente llevarla a término.

 

¿Cuál era esa misión? podemos preguntarnos. ¿Cuál era ese fuego del que habla el evangelio? Sin duda hace referencia al amor de Dios hacia ti y hacia mí que somos sus enemigos. A nosotros, que hemos despreciado ese amor entregando el nuestro a los afectos, a las riquezas y a los ídolos del mundo que no son capaces de darnos la felicidad. El corazón del Señor Jesús ardía en amor hacia los pecadores que como tú y como yo, tenemos necesidad de conocer que el Padre nos ama por encima de todo. Por encima de nuestras rebeldías e insensateces, y que perdona todas nuestras infidelidades.

 

Hay una expresión del Señor en este evangelio que quizá nos resulte extraña o por lo menos un tanto chocante: «¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división.» ¿Cómo es posible, nos preguntamos, que el Señor diga esto? ¿No es Él el príncipe de la paz? ¿No ha venido a pacificar desde la Cruz a los dos pueblos, judíos y gentiles? ¿Cómo dice que ha venido a traer división?

 

Cuando se anuncia la verdad, entre los que la escuchan se forman de inmediato dos bandos: los que están a favor y la aceptan, y los que la rechazan por estar en contra. De ahí que se afirme que la persona de Cristo haya sido desde siempre signo de contradicción. Lo vemos ya en la predicación del Señor. Los pobres, los sencillos, los incultos, etc. ven en Él al enviado de Dios, al Mesías. Los sabios, los cultos, los que se consideran conocedores de las Escrituras, lo condenan como hereje.

 

En la actualidad esta división que produce la verdad, sigue enfrentado a las personas. Por eso, a ti y a mí, discípulos de Cristo, que estamos llamados a hacer presente entre los que nos rodean la figura del Señor Jesús, que como Él defendemos la verdad, no ha de extrañarnos que cuando manifestamos nuestra posición ante temas como el aborto, la homosexualidad, los llamados matrimonios entre individuos del mismo sexo, la ideología de género, etc. se nos persiga, se nos trate de homófobos, de carcas o de intransigentes. Esto, sin embargo, no ha de ser óbice para que, de buenos modos, pero a la vez con firmeza, seamos decididos defensores de la verdad.

 

El camino del cristiano nunca ha sido un camino de rosas, y mucho menos en nuestros días. Sabemos a dónde condujo al Señor la defensa de la verdad. Lo llevó al sufrimiento y a la muerte en cruz. Sin embargo, esto sólo fue un paso más para llegar a la resurrección y a la vida eterna. En una ocasión dijo el Señor: «No está el discípulo por encima de su maestro. Si al dueño de la casa lo han llamado Belcebú, ¡cuánto más a los de su casa! ...». 

 

Hoy la Iglesia, de la que tú y yo somos miembros, sufre persecución en diferentes frentes, pero en particular en lo que se refiere a la familia. El demonio sabe con certeza que el camino para destruir a la Iglesia pasa por destruir a la familia. Por eso hace que los suyos se ensañen atacando a la familia cristiana, a la familia tradicional, imponiendo a la fuerza otros modelos de familia y coartando la libertad de los que pensamos de otro modo.

 

Somos una vez más signo de contradicción. Sin embargo, hemos de estar tranquilos. Sabemos que vivir unidos la Señor Jesús, es la única forma de alcanzar aquella felicidad que es posible lograr en este mundo. Nadie ni nada, como dice san Pablo, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en su Hijo Jesucristo.  

 

CITAS BÍBLICAS: Jer 38, 4-6. 8-10 * Heb 12, 1-4 * Lc 12, 49-53

El evangelio de hoy supone una llamada a conversión, un aldabonazo, para aquellos que vivimos el cristianismo instalados en nuestra burguesía. A aquellos que hemos adaptado las enseñanzas del Señor Jesús, acomodándolas a nuestra conveniencia.

Hoy, podemos poner en boca del Señor aquellas palabras que pronunció el rey David en uno de sus salmos: «El celo por tu casa me devora». El Señor conoce perfectamente cuál es la misión que el Padre ha colocado en sus manos, y sabe también cuál es el precio que debe pagar para llevarla a cabo; sin embargo, no rehúye la misión. Desea ardientemente llevarla a término.

¿Cuál era esa misión? podemos preguntarnos. ¿Cuál era ese fuego del que habla el evangelio? Sin duda hace referencia al amor de Dios hacia ti y hacia mí que somos sus enemigos. A nosotros, que hemos despreciado ese amor entregando el nuestro a los afectos, a las riquezas y a los ídolos del mundo que no son capaces de darnos la felicidad. El corazón del Señor Jesús ardía en amor hacia los pecadores que como tú y como yo, tenemos necesidad de conocer que el Padre nos ama por encima de todo. Por encima de nuestras rebeldías e insensateces, y que perdona todas nuestras infidelidades.

Hay una expresión del Señor en este evangelio que quizá nos resulte extraña o por lo menos un tanto chocante: «¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división.» ¿Cómo es posible, nos preguntamos, que el Señor diga esto? ¿No es Él el príncipe de la paz? ¿No ha venido a pacificar desde la Cruz a los dos pueblos, judíos y gentiles? ¿Cómo dice que ha venido a traer división?

Cuando se anuncia la verdad, entre los que la escuchan se forman de inmediato dos bandos: los que están a favor y la aceptan, y los que la rechazan por estar en contra. De ahí que se afirme que la persona de Cristo haya sido desde siempre signo de contradicción. Lo vemos ya en la predicación del Señor. Los pobres, los sencillos, los incultos, etc. ven en Él al enviado de Dios, al Mesías. Los sabios, los cultos, los que se consideran conocedores de las Escrituras, lo condenan como hereje.

En la actualidad esta división que produce la verdad, sigue enfrentado a las personas. Por eso, a ti y a mí, discípulos de Cristo, que estamos llamados a hacer presente entre los que nos rodean la figura del Señor Jesús, que como Él defendemos la verdad, no ha de extrañarnos que cuando manifestamos nuestra posición ante temas como el aborto, la homosexualidad, los llamados matrimonios entre individuos del mismo sexo, la ideología de género, etc. se nos persiga, se nos trate de homófobos, de carcas o de intransigentes. Esto, sin embargo, no ha de ser óbice para que, de buenos modos, pero a la vez con firmeza, seamos decididos defensores de la verdad.

El camino del cristiano nunca ha sido un camino de rosas, y mucho menos en nuestros días. Sabemos a dónde condujo al Señor la defensa de la verdad. Lo llevó al sufrimiento y a la muerte en cruz. Sin embargo, esto sólo fue un paso más para llegar a la resurrección y a la vida eterna. En una ocasión dijo el Señor: «No está el discípulo por encima de su maestro. Si al dueño de la casa lo han llamado Belcebú, ¡cuánto más a los de su casa! ...».

Hoy la Iglesia, de la que tú y yo somos miembros, sufre persecución en diferentes frentes, pero en particular en lo que se refiere a la familia. El demonio sabe con certeza que el camino para destruir a la Iglesia pasa por destruir a la familia. Por eso hace que los suyos se ensañen atacando a la familia cristiana, a la familia tradicional, imponiendo a la fuerza otros modelos de familia y coartando la libertad de los que pensamos de otro modo.

Somos una vez más signo de contradicción. Sin embargo, hemos de estar tranquilos. Sabemos que vivir unidos la Señor Jesús, es la única forma de alcanzar aquella felicidad que es posible lograr en este mundo. Nadie ni nada, como dice san Pablo, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en su Hijo Jesucristo.  

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