DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO -B-
«DICHOSOS LOS POBRES EN EL ESPÍRITU, PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LOS CIELOS»
CITAS BÍBLICAS: 1Re 17, 10-16 * Heb 9, 24-28 * Mc 12, 38-44
Vimos la semana pasada que el Señor Jesús decía que el mandamiento principal de la Ley es: «Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente y con todo tu ser». Pues bien, hoy, el Señor, en el evangelio nos muestra esta palabra de vida encarnada en una pobre viuda.
Encontramos al Señor Jesús sentado enfrente del cepillo del templo, observando cómo los devotos van depositando sus ofrendas. Algunos, como los ricos, lo hacen en abundancia y de forma ostentosa. De momento, llega una pobre viuda y sólo echa en el cepillo dos reales. Nadie se ha fijado en ella, pero, de inmediato, el Señor llama a sus discípulos y les dice: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.»
Una forma práctica que tenemos para comprobar si amamos a Dios con toda nuestra alma, con todo nuestro ser y con todas nuestras fuerzas, es observar nuestro comportamiento con las riquezas, con el dinero. Dice la Escritura que «no se puede servir a Dios y al dinero.» Yo ahora te pregunto: ¿Amas a Dios como la viuda del evangelio que, dejando aparte su situación precaria, no tiene inconveniente en desprenderse de esos dos reales que son todo lo que dispone para vivir?
Quizá, tú y yo hubiéramos actuado de manera diferente. Hubiéramos intentado cubrir nuestra necesidad de alimento en primer lugar, para luego darle al Señor las sobras, pensando que obrábamos de una manera lógica y justa. ¿Cómo podía el Señor permitir que muriéramos de hambre? Hasta ahí llega nuestra fe. Hasta ahí confiamos en nuestro Padre Dios. Hasta ahí tenemos nuestro corazón pegado al dinero.
Somos cristianos que practicamos aquello de “nadar y guardar la ropa”. Somos incapaces de depositar nuestra confianza en Aquel que dijo al hablar de la comida y del vestido: «No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.» Esa era, sin duda, la fe de la viuda pobre del evangelio.
Constatar que estamos lejos de tener esa fe no ha de hacernos caer en el desánimo, pero sí que ha de servir para no vivir alienados, para tocar nuestra pobreza, nuestra falta de fe, de manera que no nos creamos mejores que los demás. Mejores que los que viven alejados de la Iglesia. Conocer nuestra realidad nos ha de ayudar a no entrar en juicio con los otros. El Señor te ha llamado a su Iglesia y te ha colmado de sus dones. No los utilices en beneficio propio, como los escribas y fariseos, para considerarte superior. Bendice al Señor en tu corazón, dale gracias y pídele que aumente tu poca fe. Que te ayude a tenerle a Él como al primero por encima de la familia, de los amigos, del trabajo, de la salud, y sobre todo, por encima de las riquezas, del dinero. Él, no se deja ganar en generosidad, y nos ha prometido aquí en la tierra el ciento por uno y después vida eterna.
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