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DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO -B-

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO -B-

«Y VOSOTROS, ¿QUIÉN DECÍS QUE SOY YO?»

 

CITAS BÍBLICAS: Is 50, 5-9a * St 2, 14-18 * Mc 8, 27-35

Los tres pasajes de la Escritura que este domingo propone la Iglesia a nuestra consideración, son, ciertamente excepcionales. Isaías nos brinda la figura del Siervo de Yahvé, que no es otra que la figura del Señor Jesús, que, por ti y por mí, afronta todo tipo de humillaciones y ultrajes. No tiene miedo a perder su vida porque es el Señor el que lo sostiene. Por eso afirma: «Mirad, el Señor Dios me ayuda: ¿quién me condenará?».

Santiago, por su parte, nos muestra la vaciedad de la fe cuando no va acompañada de obras. «La fe, nos dice, si no tiene obras, está muerta». Y añade: «Alguno dirá: tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe». Hemos de ser, por tanto, prudentes y consecuentes con lo que hacemos, para que nadie pueda echarnos en cara el refrán que dice: “Predicar, no es dar trigo”.

El evangelio merece un punto y aparte. Es fundamental para nuestra vida como creyentes. El Señor Jesús plantea a los discípulos una cuestión de importancia primordial. En primer lugar, les pregunta sobre lo que la gente piensa de él. «¿Quién dice la gente que soy yo?». Sin embargo, lo que el Señor quiere saber va más allá. Al Señor le importa saber lo que la gente piensa sobre él, pero le importa mucho más saber qué es lo que piensan de él sus discípulos. Por eso, les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro, sin dudarlo, responde: «Tú eres el Mesías». El evangelista continúa diciendo, que les conmina a que no hablen de ello con nadie.

Conocer que el Señor Jesús es el Mesías, puede comportar para los discípulos una actitud triunfalista, por eso, para que no caigan en esa tentación, el Señor se apresta a instruirles diciendo: «El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días». Pedro, no puede en ningún modo aceptar estas palabras y se pone a increparlo. El Señor, mirando a los discípulos, le dice: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios»! Y, dirigiéndose a la gente, añade: «Si alguien quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien la pierda por mí y por el Evangelio, la salvará».

Nos toca a nosotros ahora situarnos dentro de este evangelio. Hoy, el Señor, hace contigo lo mismo que hizo entonces con los discípulos y te dice: «¿Quién dices tú que es el Hijo del Hombre?». Yo también te digo, ¿te has hecho esta pregunta seriamente alguna vez? ¿Yo por qué sigo a Jesucristo? ¿Lo hago por inercia, porque me lo han enseñado, o porque tengo experiencia de que es la razón de mi existencia, y es el que en lo bueno y en lo malo sostiene mi vida? ¿Quién es de verdad Jesucristo para mí?

Es fundamental responder sinceramente a esta pregunta. Nuestra respuesta tiene mucho que ver con el sentido último de nuestra existencia. Si Dios, en este caso el Señor Jesús, no aparece en nuestra vida nada tiene sentido. Quedan por responder preguntas tan importantes como, ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo? ¿Qué pinto aquí? ¿A dónde voy? Quitar a Dios de nuestra vida, es rechazar la razón última de nuestra existencia.

Si por el contrario tenemos experiencia de que el Señor ha estado presente en nuestra vida, mostrándonos amor y comprensión en nuestras luchas, en nuestras caídas y debilidades, siempre pronto a levantarnos, no tendremos inconveniente en confesar con Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo».


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