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SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

«DICHOSOS LOS POBRES EN EL ESPÍRITU, PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LOS CIELOS»

 

CITAS BÍBLICAS: Ap 7, 2-4.9-14 * 1Jn 3, 1-3 * Mt 5, 1-12a 

En este día, solemnidad de Todos los Santos, la Iglesia nos ofrece un evangelio que debería alegrarnos profundamente. Decimos esto, porque, tanto en nuestro tiempo como a través de toda la historia, el hombre de toda condición, se ha esforzado por encontrar la fórmula mágica que le proporcionara la auténtica felicidad.

¿Cuál es la razón que impulsa al hombre para lograr alcanzar la felicidad? ¿Por qué nos empeñamos todos en ser felices? La respuesta es muy sencilla: porque para eso precisamente hemos sido creados, para ser inmensamente felices. Si eso, hoy, no es posible, es precisamente porque, utilizando mal nuestra libertad, hemos dado la espalda por el pecado, a Aquel que es el origen y la meta de nuestra existencia.

La clave para alcanzar esa ansiada felicidad, nos la ofrece el Señor Jesús en el evangelio de hoy. Lo que nos propone es la antítesis de lo que cada día nos presenta el mundo. Si preguntamos a nuestros conocidos qué necesitamos para ser felices, ninguna respuesta coincidiría con lo que hoy nos dice el Señor.

Empieza llamando dichosos o bienaventurados a los pobres de espíritu. Llama también dichosos a los sufridos, a los que lloran, a los que tienen hambre y sed de la justicia, a los que usan de misericordia con los demás, a los limpios de corazón, a los que se esfuerzan por conseguir la paz, y por fin, a los perseguidos por causa de la justicia.

Todos estos valores o virtudes que el Señor ensalza son para el mundo una total necedad, porque, ¿cómo es posible pensar que uno que sufre, uno que llora, o uno que es pobre de espíritu, etc., pueda alcanzar ninguna meta importante en la vida? El mundo te dice, si quieres ser alguien, pasa por encima de quien sea para lograr tu objetivo. No seas blando, no te dejes arrastrar por sentimentalismos, lo importante es que tu medres caiga quien caiga.

Resumiendo, estas enseñanzas del Señor Jesús, son el inicio del Sermón del Monte, y encierran la clave de la verdadera felicidad, porque el común denominador de todas ellas, no es otro que el amor. Tú y yo hemos sido creados por amor y para amar, y únicamente lograremos ser felices si, teniendo en nuestro corazón el amor de Dios, somos capaces de amar al otro olvidándonos de nosotros mismos. Esto, desde luego, no está al alcance de nuestro esfuerzo, pero sí que podemos desearlo. Si lo hacemos así, el Señor derramará sobre nosotros su Espíritu, para que sea él, el que realice aquello que para nosotros es imposible.

Esta manera diferente de vivir el mundo no la tolerará, no consentirá que nosotros vayamos en contra de sus dictados. Por eso, por causa del Señor, seremos insultados, perseguidos y calumniados, pero no debemos temer nada, escuchemos lo que nos dice al respecto el Señor al final del evangelio: «Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».

La solemnidad de Todos los Santos, que hoy celebramos, hace presente a todos aquellos hermanos nuestros, anónimos o conocidos, en los que, por obra del Espíritu Santo, se cumplieron estas bienaventuranzas. Padres, hermanos, amigos o conocidos, que desde el cielo interceden por nosotros para que nos dejemos llevar por ese mismo Espíritu, y podamos un día gozar con ellos de la felicidad eterna.  


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