DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO -B-
«MAESTRO BUENO, ¿QUÉ HARÉ PARA HEREDAR LA VIDA ETERNA?»
CITAS BÍBLICAS: Sab 7, 7-11 * Heb 4, 12-13 * Mc10, 17-30
El evangelio de hoy viene en nuestra ayuda para que seamos conscientes de nuestra verdadera relación con el dinero y las riquezas. Cuando de pequeños nos enseñaban el catecismo, una de las primeras preguntas era: “¿Cuál es el primer mandamiento de la Ley de Dios?” La respuesta era: “El primer mandamiento de la Ley de Dios es amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”.
El joven que hoy se acerca al Señor, seguro que conoce este mandamiento de la ley, pero seguro también, que no es consciente de lo que este mandamiento supone para su vida. Él, pregunta al Señor: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». El Señor Jesús no contesta la pregunta de inmediato, sino que quiere saber por qué le ha llamado bueno, y le dice: «No hay nadie bueno más que Dios». Dicho de otra forma, si solo Dios es bueno y tú me llamas bueno, es porque reconoces en mí a Dios.
A continuación, le va enumerando los distintos mandamientos de la ley: «no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre». «Todo eso, dice el joven, ya lo he cumplido desde pequeño». Notemos la astucia del Señor, que, al enumerar los distintos mandamientos, no ha hecho alusión al primero y más importante. El evangelista nos cuenta que, ante esta respuesta, el Señor mira al joven con cariño, y le dice: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres –Así tendrás un tesoro en el cielo--, y luego sígueme».
El Señor Jesús al hablar al joven así, le está haciendo ver, y también nos lo hace ver a nosotros, que de nada sirve el cumplimiento de todos los mandamientos, si no se pone a Dios como lo primero en la vida. El joven, que es muy rico, lo entiende, pero en su vida tienen más importancia las riquezas, que poner a Dios como al primero. Por eso, dice el evangelista, marcha muy apesadumbrado.
Jesús, volviéndose hacia los suyos, les dice: «¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios! … más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios». Esta frase escandaliza a los discípulos que, espantados exclaman: «Entonces, ¿quién puede salvarse?». A nosotros quizá nos extrañe esta reacción de los discípulos. Para entenderla, es necesario saber que, para el Pueblo de Dios, los bienes materiales, dinero, riquezas, etc., son signo inequívoco de las bendiciones del Señor. Por eso piensan, si a los que más beneficios del Señor han recibido les va a ser muy difícil entrar en el Reino, ¿quién podrá salvarse? El Señor se les queda mirando y les dice: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».
Pedro, que está siempre ojo avizor, le dice a Jesús: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Esta frase equivale a decirle al Señor: ¿cuáles serán nuestras ganancias? Jesús responde: «Os aseguro, que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más, … y en la edad futura vida eterna».
Hemos comenzado este comentario diciendo que la palabra del evangelio de hoy, nos ayudaría a hacernos conscientes de nuestra verdadera relación con el dinero. Veamos cómo. Piensa por un momento que ocupas el lugar del joven rico. Como él, dices: yo no mato, no robo, no me aprovecho de los demás, no miento, me preocupo por mis mayores, etc. Yo ahora te pregunto: ¿amas a Dios hasta el extremo de no importarte el dinero y estás dispuesto a perderlo por el Reino si fuera necesario? No quiero ponerte ante la disyuntiva de Dios o el dinero. Basta que tengas claro que tienes el corazón pegado al dinero, y que pidas a Dios que te ayude a tenerlo a Él como a lo más importante de tu vida.
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