Blogia
Buenasnuevas

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

«BENDITO EL QUE VIENE EN NOMBRE DEL SEÑOR»

 

CITAS BÍBLICAS: Is 50, 4-7 * Flp 2, 6-11 * Lc 22, 14-23—23,56

Estamos terminando la Cuaresma. Con este domingo se abre para nosotros la Semana Grande o Semana Mayor. En ella no solo tenemos que ser espectadores de la gran epopeya de nuestra salvación, sino que necesitamos vernos implicados en ella, siendo testigos del inmenso amor y caridad del Señor y su gran misericordia, no solo hacia nosotros, sino hacia todos los hombres por los que entrega su vida.

El Señor Jesús había dicho: «No cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén», por eso hoy lo vemos dirigiéndose desde Betania a Jerusalén, dispuesto a llevar a cabo la misión que el Padre le ha encomendado. Llega montado en un pollino para que se cumpla lo que dijo el profeta Zacarías: «Decid a la hija de Sión: Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila». El Señor sabe que el camino que lleva a la resurrección, pasa necesariamente por el sufrimiento y la muerte. Él, como ya dijo en otro momento, ha venido a asumir una hora, y su corazón misericordioso no cejará hasta ver en su muerte, destruida a la muerte que cada día nos atenaza y nos hace sufrir.

Es por ti y por mí, por los que está dispuesto a arrostrar los enormes sufrimientos que va a padecer en los días que se aproximan. Para que tú y yo nos veamos libres de los pecados que nos conducen irremediablemente a la muerte, está dispuesto a hacer suyos esos pecados y el castigo que conllevan.

En la primera lectura de la misa de hoy, el profeta Isaías, ochocientos años ante de Jesucristo, nos narra con una clarividencia total, los sufrimientos que el Siervo de Yahvé, que nos es otro que el Señor Jesús, tiene que arrostrar para lograr nuestra salvación. Él viene a dar una palabra de aliento a los pobres y abatidos que somos tú y yo, que cargados de pecados nos encontramos sin fuerzas. Él, dirá Isaías, por ti y por mí se deja golpear, recibe en su rostro insultos y salivazos y se entrega por completo a la muerte.

También nosotros, discípulos del Señor, caminamos hacia Jerusalén con Él. Él, para mostrarnos hasta dónde llega su amor se dejará clavar los brazos a la cruz, para que estén de continuo abiertos hacia nosotros, mostrándonos hasta dónde llega su amor y su misericordia. Son los brazos del Padre del Hijo Pródigo siempre abiertos para recibirnos, cuando conscientes de nuestro desvarío volvemos nuestros rostro hacia Él.

Su voluntad es que nuestra existencia como discípulos, sea una vida en la que también los demás, en particular aquellos que viven su vida lejos de Él, encuentren siempre nuestros brazos abiertos dispuestos a perdonar. Si hemos experimentado el perdón de Dios, ese perdón ha de llegar a través de nosotros a todos los demás. Somos nosotros los que encarnando ahora al Hijo de Dios, hemos de hacer llegar su amor a los que viven alejados. De esta manera haremos que su sacrificio, que su muerte en Cruz y la victoria de su resurrección, alcance a aquellos que no lo conocen o que han elegido vivir su vida lejos de él.

En esta misión no estamos solos. Cristo ha dicho por boca del profeta Isaías: «Mi Señor me ayudaba». También nosotros necesitamos esa ayuda. Sin ella no podrás sufrir lo más mínimo por tu mujer, por tus hijos, tus padres, tus vecinos o tus compañeros de trabajo. No podrás soportar estar en el paro o cargar con esa enfermedad que te produce tanto sufrimiento. Para cargar con estas cruces necesitamos un Cirineo, necesitamos al Señor Jesús para que nos haga caminar por encima de estos sufrimientos,  de estas muertes, contra las que nosotros no podemos luchar con solo nuestras fuerzas. 

 

 


 

0 comentarios