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DOMINGO XX DE TIEMPO ORDINARIO -B-

DOMINGO XX DE TIEMPO ORDINARIO  -B-

«EL QUE COME ESTE PAN VIVIRÁ PARA SIEMPRE»

 

CITAS BÍBLICAS:  Prv 9, 1-6 * Ef 5, 15-20 * Jn 6, 51-59 

En el evangelio de hoy continuamos en la sinagoga de Cafarnaúm. El Señor Jesús sigue haciendo referencia al pan de vida que, a diferencia del pan material, que solo sacia el hambre momentáneamente, es capaz de satisfacer plenamente a aquellos que lo comen, sin que de nuevo sientan la necesidad de volver a comer.

Este pan, además, es totalmente distinto a aquel que comieron los padres en el desierto, porque ellos lo comieron y murieron. Sin embargo, este pan, además de saciar por completo a los que lo comen, tiene la virtud de librarlos de los lazos de la muerte.

¿A qué pan se refiere el Señor? Veamos lo que dice: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo».

Estas palabras, como es lógico, producen en el auditorio un gran escándalo. Los judíos se preguntan: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Sin embargo, el Señor insiste diciéndoles: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día».

Como decíamos la semana pasada, todo esto que dice el Señor, sobrepasa por completo aquello que nuestra razón es capaz de entender. No es raro, pues, que los judíos reaccionaran casi con violencia ante estas palabras. A nosotros, discípulos del Señor Jesús, se nos ha regalado el don de comprender por completo cuáles son sus planes.

Tú y yo, como dice san Pablo, hemos sido elegidos por el Señor para encarnar su persona en esta generación. Quiere decir esto que es voluntad de Dios-Padre que cuando las gentes nos vean a ti y a mí, vean en nosotros a su Hijo Jesucristo. ¿Cómo se puede llevar a cabo esta transformación? San Agustín lo explica de una manera magistral. Dice al efecto: cuando nos alimentamos del Cuerpo y de la Sangre del Señor, sucede en nosotros el proceso contrario que tiene lugar, cuando comemos otra clase de alimentos. El alimento corriente hace que nuestro cuerpo se desarrolle y obtenga la energía necesaria para vivir. El alimento, pues, pasa a formar parte de nuestros miembros. Sin embargo, cuando nos alimentamos con el Cuerpo y con la Sangre del Señor, somos nosotros mismos los que nos transformamos en otros cristos.

Por otra parte alimentarnos con el Cuerpo y la Sangre del Señor, como el mismo afirma, nos concede la inmortalidad. Es el mismo Señor que encarnado en nosotros, nos hace vencedores de la muerte. Nuestra condición humana y pecadora, nos lleva indefectiblemente a la muerte, pero el espíritu del Señor habitando en nosotros, es prenda de nuestra futura resurrección.

Es posible que no seamos conscientes del inmenso regalo que es para nosotros este don del Señor. Lograr ser unos con Él comprobando cómo se cumplen sus palabras: «El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él». Nada de esto merecemos. Nada es fruto de nuestro esfuerzo. Todo es obra de su amor hacia ti y hacia mí. Seamos agradecidos.


 


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