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DOMINGO II DE PASCUA - IN ALBIS- B

DOMINGO II DE PASCUA  - IN ALBIS-  B

«PAZ A VOSOTROS»

 

CITAS BÍBLICAS: Hch 4, 32-35 * 1Jn 5,1-6 * Jn 20, 19-31

 

San Juan nos narra en el evangelio de hoy la primera aparición de Señor Jesús resucitado a los discípulos. Tiene lugar el mismo domingo de la resurrección al anochecer.

Los discípulos están reunidos en una casa con las puertas cerradas. Tienen miedo. Piensan que los judíos pueden tratarles de la misma manera que trataron a su Maestro. Los apóstoles están todos, a excepción de Tomás. Podemos imaginarles hablando de los terribles acontecimientos que han vivido en los últimos días.

 María Magdalena y las otras mujeres afirman haber visto al Señor resucitado, pero no acaban de creerlas. También Pedro y Juan han visitado la tumba y han encontrado el sudario y las vendas, pero a Él no lo han visto. Se hallan un tanto perplejos.

En esto entra Jesús, se coloca en medio de ellos y les saluda diciendo: «Paz a vosotros». Ellos se llenan de alegría y, sin duda, este saludo les tranquiliza. ¿Cómo es posible que después del mal comportamiento que han tenido con Él, en vez de ajustarles cuentas, su saludo sea desearles la paz?

 Esta actitud del Señor nos ha de servir también a nosotros, para que viendo nuestros pecados, nunca desesperemos de recibir su perdón. El Señor nos ama y nos conoce, como también amaba y conocía a sus discípulos. Él nunca pretende humillarnos a causa de nuestros pecados y defectos, sino que aprovecha esta circunstancia para hacernos ver que su misericordia y su amor por nosotros, sobreabundan la gravedad de todas nuestras culpas. Sin esas culpas, como cantamos en la Vigilia Pascual, no hubiera sido posible que Dios-Padre nos enviara tan gran Redentor.

A continuación, y en un desborde de ese gran amor que profesa su corazón les dice: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». ¿Es posible imaginar algo más grande? Un poder que es exclusivo de Dios, como es el de perdonar pecados, lo comparte con aquellos que unas horas antes han huido abandonándolo a su suerte, y no han sido capaces de defenderle frente a los ataques de los judíos. Completa con esta acción la misión para la que ha venido al mundo. Destruir el veneno del pecado y librar al hombre de la esclavitud a la muerte. Nos abre de ese modo a ti y a mí, las puertas de cielo que estaban cerradas para nosotros como consecuencia de nuestro pecado.

El origen del mal en el mundo es el pecado. El pecado es inherente a la naturaleza humana dañada por el pecado de origen. En la Cruz el Señor cargó con todos los pecados de la humanidad, los tuyos y los míos, pero como sabía que volveríamos a utilizar mal nuestra libertad, dio poder a su Iglesia para actualizar en cada generación, el perdón que nos otorgó con su Pasión, Muerte y Resurrección.

Tomás, como ya hemos dicho, no estaba presente. Cuando sus compañeros le dicen «hemos visto al Señor», lo niega rotundamente. No lo creerá si no ve en las manos los agujeros de los clavos y no mete su mano en su costado.

Ocho días después vuelve a hacerse presente el Señor, y Tomás, ante la evidencia, solo  acierta a decirle: «Señor mío y Dios mío». El Señor Jesús le dirá: «¿Porque me has visto crees? Dichosos lo que crean sin haber visto». Entre esos, sin duda, estamos tú y yo, llamados a ser testigos entre los que nos rodean de la resurrección del Señor. Nosotros, sin haberle visto físicamente, hemos podido experimentar en más de una ocasión, que sin su presencia no hubiéramos podido afrontar acontecimientos graves de nuestra vida, que superaban nuestras fuerzas.

 


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