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DOMINGO IV DE CUARESMA

DOMINGO IV DE CUARESMA

«DIOS NO MANDÓ A SU HIJO AL MUNDO PARA CONDENAR AL MUNDO»

 

CITAS BÍBLICAS: Cro 36, 14-16.19-23 * Ef 2, 4-10 * Jn 3, 14-21

Nos encontramos en el cuarto domingo de Cuaresma. Ya llevamos recorrido la mitad de este tiempo que nos prepara para la Pascua. A éste cuarto domingo se le llama en la liturgia de “Laetare”, porque así empieza la antífona del rito de entrada que dice: “¡Alégrate, Jerusalén…!” Es un domingo en el que la austeridad penitencial que caracteriza toda la Cuaresma, significada en los ornamentos morados, se ve un tanto aliviada al cambiar el morado por el color rosa. La Iglesia, con este signo, viene a decirnos: ¡Ánimo, ya falta menos. Ya nos acercamos a la gran fiesta de Pascua!

Hoy la Iglesia nos propone un fragmento del evangelio de san Juan. Se trata de una lectura que pone de manifiesto el gran amor de Dios Padre hacia su criatura, el hombre. San Juan compara la serpiente de bronce que Moisés puso en un mástil como remedio para aquellos que habían sido mordidos por las serpientes venenosas, con la figura del Señor Jesús pendiente del árbol de la Cruz. Mirar la serpiente de bronce era suficiente para verse libre del veneno de las víboras. Mirar con fe al Señor crucificado, es así mismo el remedio que tú y yo tenemos para vernos libres del veneno de la mordedura del pecado.

La manifestación mayor del amor de Dios hacia ti y hacia mí, que somos pecadores, llegó a su punto culminante al no tener inconveniente en entregar a su propio Hijo a una muerte ignominiosa, para que tú y yo, libres del pecado y de la muerte, pudiéramos disfrutar de la vida eterna.

«Dios, dice san Juan, no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo». Eso sería absurdo ya que eran nuestros propios pecados los que nos condenaban. Si Dios envió a su Hijo al mundo, fue precisamente para destruir al pecado y con él a la muerte que es su fruto. Pero, ¿cuál es la condición para experimentar la salvación? Creer en el Señor Jesús, que es aquel al que el Padre ha enviado para nuestra salvación. De la misma manera que era indispensable mirar la serpiente de bronce con fe para verse libre del veneno, es indispensable también creer en Aquel que con su muerte y resurrección, nos ha devuelto la vida.

Dios no condena a nadie. Todo lo contrario, si ha enviado a su Hijo el mundo es porque su voluntad es que todos los hombres se salven. Sin embargo, tú y yo somos libres para aceptar o rechazar esa salvación. San Juan dice: «El que cree en Él, no será condenado; el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios». Por tanto, somos nosotros los que rechazando la salvación, elegimos la condenación.

Y, ¿cuál es la causa de esa condenación? Nos lo dice también san Juan: «Que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas». De esto todos tenemos experiencia. Todos evitamos que los demás nos vean cuando pecamos. Hasta los niños pequeños se esconden de los mayores cuando hacen travesuras. Ha de estar una persona muy destruida para presumir de hacer el mal, delante de los demás.

Sin embargo, no hemos de tener miedo en reconocer nuestras infidelidades. Probablemente los demás se escandalicen al comprobar nuestros fallos, pero el Señor que es luz no se escandaliza y nos ama en nuestra realidad. Él quiere iluminar nuestro interior destruyendo el pecado, y hacernos experimentar a la vez su gran amor.


 

 

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