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DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO -B-

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO -B-

«SERÁN LOS DOS UNA SÓLA CARNE»

 

CITAS BÍBLICAS: Gén 2, 18-24 * Hb 2, 9-11 * Mc 10, 2-12

Si echamos un vistazo a nuestra sociedad, y si se me permite, afinando la puntería, hacia el núcleo de nuestros familiares, amigos y conocidos, nos daremos cuenta de la trepidante actualidad del evangelio de este domingo. Lo que hace sólo unos cincuenta o sesenta años no dejaban de ser casos aislados, hoy, se ha convertido en algo tan corriente que ya no llama la atención de nadie. Nos estamos refiriendo a las uniones matrimoniales que, según las estadísticas, la mitad no alcanzan a cumplir el primer año de convivencia, sino que se rompen antes.

Vemos en el evangelio a un grupo de fariseos, que, para ponerlo a prueba, plantean una cuestión al Señor. «Le es lícito a un hombre, preguntan, ¿repudiar a su mujer?». El Señor, que ve su mala intención, les pregunta a su vez: «¿Qué os ha mandado Moisés?». Ellos contestan que Moisés permitió dar a la mujer acta de divorcio y repudiarla. El Señor, les replica: «Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto. Pero al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre».

Esta unión de la que habla el Señor Jesús, es la unión que desde un principio diseñó Dios-Padre para el hombre y la mujer. Una unión que desde los inicios han venido llevando a la práctica todos los pueblos. Sin embargo, el Señor quiso que a la vez fuera signo de la unión entre su persona y la Iglesia, por eso, la elevó a la categoría de sacramento, quedando reservada únicamente a los cristianos.

De la manera que el Señor se expresa en el evangelio, la voluntad del Padre fue desde el principio que esta unión fuera indisoluble, sólo rota por la muerte de uno de los dos contrayentes. Esta indisolubilidad, vendría en favor de los propios esposos dando estabilidad a su unión, pero sobre todo vendría en favor de su descendencia. Son los hijos los que necesitan crecer y desarrollarse en un ambiente seguro y estable. Por esta razón, estamos convencidos de que esa indisolubilidad alcanza también por voluntad de Dios a los matrimonios civiles actuales, aunque las leyes de los hombres, contemplen el divorcio.

Como creyentes debemos tener todos estos conceptos referidos al matrimonio muy claros. La única unión que puede recibir el nombre de matrimonio, digan las leyes lo que digan, es la que tiene lugar entre un hombre y una mujer. Las restantes uniones, contempladas por las leyes humanas, en ningún modo pueden ser consideradas por un creyente como matrimonios. Tengamos las cosas claras y no nos dejemos convencer, por la continua catequesis que cada día recibimos a través de los medios de comunicación, y también por aquellos que nos rodean, y que, no tienen inconveniente en aceptar como bueno y santo, algo que es, según la razón, inaceptable.

El evangelio termina con una frase del Señor que no admite discusión alguna: «Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».  


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