Blogia
Buenasnuevas

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO -A-

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO -A-

«VELAD PORQUE NO SABÉIS NI EL DÍA NI LA HORA»

 

CITAS BÍBLICAS: Sab 6, 12-16 * 1Tes 4, 13-18 * Mt 25, 1-13

El evangelio de hoy viene en nuestra ayuda, porque con facilidad olvidamos que en este mundo sólo estamos de paso. Montamos la tienda de nuestra vida y nos aposentamos como si esta tierra fuera para nosotros la morada definitiva. Tenemos el peligro de pensar que la única realidad que existe es la que estamos viviendo.

Esta forma de razonar borra de nuestra existencia la mitad de aquello para lo que hemos sido creados. Ignora que nuestro fin no es únicamente una sepultura en el cementerio, sino que estamos llamados a una vida eterna, a una vida que no termina. Si esta dimensión de eternidad desaparece de nuestra vida, nos asemejamos a los pájaros cuando se les cortan las plumas y no pueden volar. Se convierten en una figura grotesca y cómica.

Precisamente, a fin de que vivamos en este mundo como forasteros sin perder de vista que no estamos llamados a una vida caduca, sino a una vida eterna, el Señor Jesús, en la parábola que hoy nos presenta el evangelio, nos invita a estar vigilantes. Lo hace, comparando el Reino de los Cielos a diez doncellas que fueron invitadas a una boda. Tenían que esperar al esposo con antorchas encendidas para acompañarle y entrar con él al banquete de bodas. El Señor nos dice que cinco de ellas eran previsoras y, por si acaso los tratos con los padres de la novia se alargaban demasiado, tomaron alcuzas con aceite de repuesto. Las otras, por el contrario, no tuvieron esta precaución. 

Los tratos se alargaron muchísimo y todas se durmieron. A media noche se oyó una voz: «¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!» Sólo las doncellas que habían sido previsoras pudieron entrar al banquete de bodas acompañando al esposo, las cinco restantes no lo hicieron porque se habían quedado sin aceite y tuvieron que ir a comprarlo. Y la puerta de la sala se cerró. Cuando las otras doncellas llegaron, llamaron a la puerta diciendo: «Señor, ábrenos». La respuesta del esposo fue tajante: «Os lo aseguro. No os conozco».

Tradicionalmente esta parábola se ha aplicado a las vírgenes que, dentro de la Iglesia, han entregado su vida al Señor como religiosas. Esta interpretación no es demasiado acertada porque, la llamada a estar vigilantes a la espera del Señor nos incumbe a todos. En tiempos del Señor Jesús no había ni monjas ni monasterios, por eso, los destinatarios de esta parábola, somos todos nosotros.

En esta vida, estamos en camino. Somos parroquianos, que significa peregrinos. Nuestra vida, unas veces muy corta y otras más larga, es un tiempo de gracia. Un tiempo de conversión. Un tiempo de espera para encontrarnos con el Señor Jesús. Sin embargo, como el Señor, al igual que el esposo de la parábola, tarda en aparecer, nosotros, como las doncellas, bajamos la guardia y nos dormimos. No tenemos en cuenta que no somos dueños de nuestra vida.

En esta situación y cuando menos lo esperemos, también para nosotros se escuchará esta voz: «Llega el esposo, salid a recibirlo». ¿Qué ocurrirá entonces? Pueden ocurrir dos cosas: si nuestras alcuzas están llenas de aceite, signo del Espíritu Santo, podremos entrar con el Esposo en la sala del banquete. Si por el contrario esta llamada nos encuentra inmersos en las preocupaciones del mundo: dinero, familia, trabajo, salud, diversiones, etc., faltos de aceite, con mucho espíritu mundano, pero carentes de Espíritu Santo, es posible que nos veamos imposibilitados a entrar en el banquete.

Las palabras del Señor, «Os lo aseguro: No os conozco», son ciertamente terribles. Debemos, por tanto, considerar un rasgo de su amor, la invitación a mantenernos vigilantes en espera de su venida, puesto que no conocemos ni el día ni la hora.

 

0 comentarios