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DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO -A-

DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO -A-

AMARAS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZON, CON TODA TU ALMA, Y CON TODO TU SER

 

CITAS BÍBLICAS: Éx 22, 20-26 * 1Tes1, 5c-10 * Mt 22, 34-40

Existe una pregunta que todos debemos hacernos en nuestra vida. De la respuesta que demos dependerá que nuestra existencia tenga una explicación, tenga un fin, tenga sentido, o sea un absurdo total. La pregunta en cuestión es la siguiente: Yo, ¿para qué estoy en el mundo? ¿Mi vida qué finalidad tiene?

La respuesta del ateo, del no creyente, puede ser que la creación, que nuestra vida, es un mero accidente. Que todo ha aparecido por pura casualidad. Que la presencia del hombre sobre la tierra, del propio universo, de la creación, es semejante a la aparición de las setas en un bosque, que, incomprensiblemente, de la noche a la mañana nacen como por arte de magia. Según esta forma de pensar, tendríamos que afirmar que el hombre, tú y yo, ha aparecido sobre la tierra por generación espontánea.

Esta manera de pensar, sin duda, repugna a la razón mucho más que aceptar que nuestra existencia y la de toda la creación, tienen como origen la existencia de un ser superior, de un creador, que los creyentes llamamos Dios.

Volviendo pues, a la pregunta inicial: ¿cuál es el sentido de la vida del hombre, de tu vida y de mi vida? Los creyentes, tenemos la suerte de conocer, por la revelación, la respuesta. En primer lugar, sabemos que nuestro origen es Dios y que, así mismo, nuestra meta es también Dios. Sabemos que hemos sido creados por amor y con la capacidad de poder amar. Resumiendo, somos fruto del amor y estamos hechos para amar. Esta es la razón de nuestra existencia.

En el evangelio de hoy, el Señor Jesús, con su respuesta a los fariseos, confirmará todo lo que acabamos de exponer. A la pregunta, «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?» El Señor responderá: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con todo tu ser. El segundo es, amarás a tu prójimo como a ti mismo».

Esto significa que, en nuestra vida, nada ha de ser tan importante como amar a Dios sobre todo, y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Fuera de esto, nuestra existencia no tiene sentido alguno.

Nuestro Dios, nos ha creado y nos ha dado la vida por amor. Nos ha amado hasta el extremo cuando nos hemos apartado de Él, entregando a su Hijo a la muerte por nuestros pecados. No tenía una forma más sublime de demostrarnos su amor. Lo ha hecho, para que, siendo conscientes de cuánto nos ama, seamos capaces de, en nuestra limitación, devolverle ese amor.

La experiencia de ese amor en nuestro corazón, es la que nos posibilita a amar a nuestro prójimo. Si tu corazón y el mío rebosan del amor de Dios, será muy fácil amar a nuestros hermanos, dándoles un poco de lo que nosotros recibimos en abundancia de Dios. Ésta es pues la razón de nuestra existencia, y es el camino para lograr alcanzar la felicidad completa para la que hemos sido creados. Dios en nosotros, y nosotros en Él, y en nuestros hermanos. No puede haber felicidad más grande.  


 

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